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Memorias de un doctorando

El pasado mes de enero terminé mi tesis doctoral, tras tres años de trabajo. Estos tres años se saldan con un trastorno depresivo cronificado, y lo peor, la completa consciencia de que mi dignidad como persona depende completamente del deseo de otros para humillarte y someterte, dentro del marco de un centro de educación público. En ellos he descubierto lo inocente que fui cuando decidí hacer un doctorado y obtuve una predoctoral de Xunta de Galicia, pensando que el hijo de un ama de casa podría trabajar en la universidad.

Una vez obtuve la posdoctoral el trato de mi directora hasta entonces jovial cambió. Constantemente me hacía saber que estaba acreditada para ser catedrática y que me hacía un favor aceptando mi dirección. Se me asignaba un tema de tesis a dedo, con la excusa que debía encajar en su proyecto de investigación, pero nunca se me pagó un desplazamiento, pese a que todas las fuentes documentales estaban fuera de mi localidad. Se me vigilaba y controlaba, si era visto en archivo histórico dedicando tiempo libre a labores de investigación distintas a las de mi doctorado se me recriminaba. Se me prohibía participar en ningún congreso, o realizar cualquier actividad científica, que no fuese de su agrado y pasase bajo su supervisión; garantizándose así el derecho de tortura; asfixiando poco a poco mi amor por la historia y llevándome a su aborrecimiento. Llegados a este punto mi tarea vital consistía en invertir mi tiempo y mi dinero en algo que solo me producía desazón y alimentaba una sensación humillatoria constante. En las correcciones se sucedían las mofas, reduciéndose a meras carcajadas escritas en los márgenes, otras a mi ingenuidad e ignorancia.

Comenzaron las tareas de docencia, sin especificación ninguna debía preparar sesiones magistrales, que nunca coincidían con lo que mi directora hubiera hecho. Finalmente, necesité de medicación para poder seguir yendo a trabajar, el efecto del loracepam parecía garantizar mi autocontrol o mi sedación. Pero no fue suficiente, a la semana siguiente me concedían una baja por urgencias.

Ante este temor escribí a la comisión del doctorado, preguntando si en caso de renuncia de mi director estaban obligados a proporcionarme otro, de acuerdo a la Memoria del PHD aprobada por la ANECA. La respuesta fue tajante, no. El cerco era total. Pero lo que yo no sabía era que el director de la comisión había llamado a mi directora para comunicarle mi malestar por su trato, haciéndole saber del escrito, en contravención de las leyes de protección de datos que funcionan en cualquier acto administrativo. Me habían sentenciado a muerte.

Cuando volvía de la baja, me esperaba en su despacho con el asociado, para manifestarme su desazón por mi acto, victimizarse por mi denuncia y comunicarme su renuncia a mi dirección. Así pasas de víctima a agente conflictivo.

El pasado mes de enero enviaba la tesis a mi director, hoy 18 de junio sigo sin autorización para su lectura, el 8 de octubre fenece mi matrícula en el doctorado, que se ha asegurado de no concederme una prórroga. Así es como el sistema me priva legalmente del derecho a evaluación, a convertirme en doctor y optar a unos puestos de trabajo reservados para otros.

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