Síguenos en redes sociales:

Escambullado no abisal

El alma

Obsesionados con la solvencia del negocio, en el club se les ha olvidado su carne y sangre

El alma

Toda nostalgia engaña. El Celta actual mejora en su salud a cualquiera del pasado. Si se desciende, no habrá peligro de desaparición. En la historia céltica abundan los cheques sin fondos, las letras impagadas, las suscripciones de miseria, los planes de saneamiento y procesos concursales... El club ya no vive en el alambre. Este celtismo áspero, que busca razones para indignarse cuando no se las ofrecen, podrá seguir maldiciendo la política del club. Mejor eso que añorarlo.

Es cierto, sin embargo, que el Celta se ha extraviado en el camino. Se parapeta tras los balances contables y los silencios, cada vez más distante. Hay empresas de electrodomésticos que exhiben en sus campañas publicitarias a los empleados que los fabrican. Y el Celta, cuyo comercio exacto es el sentimiento, antes que los goles o los traspasos, se ha convertido en una cadena de montaje.

El Celta no nos importaba solo por los ídolos a los que admirábamos; también por los empleados con los que nos identificábamos: Marcial, Alvarito, Tito o Carmen, como antaño Galeiro o Cameselle. Siempre hubo manos amorosas limpiando las botas o conduciendo el autobús. Figuras esenciales a la hora de construir esa ficción que sublima un simple juego: la de que todos los celtistas son familia.

Obsesionados con la solvencia del negocio, en el club se les ha olvidado su carne y sangre. Cuando los aficionados se convierten en espectadores, no queda ningún vínculo emocional si el espectáculo se deteriora. Marcial era más Celta que cualquier futbolista o directivo. Como lo es Edu, el actual utillero, que le gritaba al árbitro "jugáis con el pan de mis hijos" cuando el club amenazaba ruina. Ya no existe ese peligro. Sí el de perder el alma, que en Marcial era grande y tierna; ejemplo de lo que debiera.

Pulsa para ver más contenido para ti